
«No se avergüenza de llamarles hermanos» (Hb 2,11)
Estos días está teniendo lugar en Roma la segunda y última sesión del Sínodo sobre la sinodalidad. Es todo un reto para nuestra Iglesia y, al mismo tiempo, una asignatura pendiente. La sinodalidad representa la plasmación de la comunión, y la comunión es la forma en que en la Iglesia vivimos la fraternidad. Muchos son los retos que afrontamos, y por eso la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos se reúne bajo el lema "Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión". La tercera fase será la de implementación, que seguro coincidirá en nuestro país con el proceso de reflexión sobre cómo afrontar los retos de nuestros tiempos, sobre las misiones de cada miembro de la Iglesia gerundense y la organización de nuestra diócesis.
Cualquier reunión sinodal levanta muchas expectativas, pero parece que este Sínodo ha superado las de cualquier otro anterior y al mismo tiempo ha creado un debate interno en la Iglesia. El papa Francisco ha insistido muchas veces en que no se trata por ahora de abordar temas concretos, sino que conviene en estos momentos un diálogo fraterno y abierto respecto a la misma base sobre la que debe funcionar la Iglesia: esta hermandad, esta comunión, este diálogo constructivo son los ámbitos que se concretan en el término sinodalidad. Paralelamente al trabajo emprendido para la preparación de la segunda sesión, comenzó el trabajo de los diez grupos de estudio, encargados de profundizar en estos otros temas que surgieron, definidos por el Santo Padre al final de una consulta internacional.
El Sínodo ha estado intensamente preparado en el ámbito de las diversas iglesias locales. Aquí, en nuestra diócesis, se hizo un muy buen trabajo de preparación de la primera fase, planteando desafíos, realizando un análisis realista de nuestra situación y aportando a la Iglesia universal nuestra particularidad. Ahora, estos días, se remarca en el Sínodo la actividad misionera de la Iglesia. A menudo se ha dicho que somos tierra de misión. Ciertamente, cualquier país, cualquier comunidad, es tierra de misión. Siempre hay a quien hacer llegar la buena nueva del Reino, y por eso debemos estar siempre dispuestos a afrontar esta tarea, a la que nunca podemos renunciar. La fe se propone, no se impone, pero nunca debe posponerse su anuncio. Evangelizar hoy es proponer a Cristo a nuestro mundo; con respeto para los demás, cierto, pero plenamente convencidos de que «Cristo es la luz de los pueblos» ( Lumen Gentium 1), y que esta luz resplandece en el rostro de la Iglesia. El Sínodo nos urge pues a vivir esa misión evangelizadora en comunión, en fraternidad... en sinodalidad.
+ fray Octavio,
obispo de Girona