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Oficina de Comunicación del Obispado de Girona

Viernes 01 de Noviembre de 2024

Unas letras del obispo (3 de noviembre): Ama a los demás como a ti mismo

«Ama a los demás como a ti mismo» (Jn 12,31)

Durante las últimas semanas del año litúrgico, la Iglesia nos propone reflexionar sobre el tema del fin de los tiempos, una reflexión que se une a la que podemos hacer con motivo de la celebración de la fiesta de Todos los Santos y de la de los fieles difuntos, que nos mueven a recordar nuestra propia finitud. La muerte es un tema que muy a menudo nuestra sociedad obvia, intenta dejar de lado o, bien podríamos decir, que nos molesta o nos angustia. De hecho, es natural que sabernos de paso por este mundo nos pueda provocar inquietud e, incluso, un cierto sentimiento de inutilidad de todo ello. Nosotros, creyentes, sin embargo, tenemos una visión algo diferente. Para nosotros, la vida -desde el mismo momento en que se inicia hasta su fin- es un don de Dios que es necesario vivir con agradecimiento, con gozo y, sobre todo, con esperanza. Esperanza porque al final del camino nos espera el encuentro con el Señor y, también, ciertamente, el juicio, el balance de lo que ha sido nuestra vida; el momento de valorar si ésta la hemos vivido tan sólo centrada en nosotros mismos o bien si la hemos vivido desde la doble perspectiva del amor: hacia Dios y hacia los demás.

Cristo resumió los mandamientos de la ley de Dios -el decálogo que Moisés recogió y que, de hecho, coincide con cualquier otra norma de convivencia que haya podido establecerse en cualquier época- en dos grandes preceptos fundamentados ambos en el amor. Amar llena de sentido una vida; despreciar, rechazar hasta el extremo de odiar, la vacía de cualquier sentido. El amor es un sentimiento personal que, como creyentes, debe guiar nuestra vida, nuestro día a día hasta permitirnos realizar, al final de la misma, un balance positivo en nuestra capacidad de amar. «Por la tarde te examinarán en el amor. Aprende a amar como Dios quiere ser amado, y deja tu condición» escribía san Juan de la Cruz (Dichos de luz y amor, 60). Porque para nosotros no hay amor a Dios si no hay amor a los hermanos, y la fuente del amor a los demás es el amor de Dios y hacia Dios.

El amor es lo que nos da paz. Haber amado y haber sido amados por Dios y por los demás cambia en gran medida la perspectiva con la que podemos abordar nuestra propia finitud en este mundo. Cambia la forma en que podemos abordar, en definitiva, la realidad de una vida que por la fe creemos que se proyecta hacia otra vida plena y definitiva en el Reino de Dios. El amor amplía la perspectiva sobre la que contemplamos nuestra vida, la llena de sentido y la proyecto hacia la infinitud.

Nuestro amor es siempre limitado, el amor de Dios es infinito; la vida en la tierra es limitada, la vida que Cristo nos ganó por su muerte y resurrección es eterna.

+ fray Octavio,
obispo de Girona

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