
«Llamados a ser signos tangibles de esperanza» ( Spes non confundit , 10)
La Iglesia nos convoca a vivir este domingo el Día de la Iglesia Diocesana, también conocida como Jornada de Hermandad. Una Iglesia de la que formamos parte, que está hecha de piedras vivas que somos cada uno de nosotros. Así, san Pedro escribe: «Vosotros, como piedras vivas, sois edificados por Dios como templo del Espíritu para que forme una santa comunidad sacerdotal que ofrezca víctimas espirituales agradables a Dios por Jesucristo» (1Pe 2,5).
Formar parte de una comunidad significa sentirse parte integrante, conscientes de nuestra responsabilidad hacia ella ya la vez sentir el gozo de formar parte de ella. La Iglesia somos todos y cada uno de los integrantes del pueblo bautizado, y la Iglesia tiene, por su propia naturaleza, vocación de universalidad. Vivir nuestra vocación de seguidores de Cristo es ser corresponsables del carácter misionero de la Iglesia. Nosotros también somos hoy llamados por Cristo a llevar la Buena Nueva a todos los hombres y mujeres de buena voluntad ya emplear los recursos necesarios.
Debemos vivirlo con la misma sencillez que la comunidad apostólica, en la que «la multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma, y ninguno de ellos consideraba como propios los bienes que poseía, sino que todo estaba al servicio de todos» (Hch 4,32). Una realidad que hacía exclamar a san Pablo: «Las comunidades de Macedonia y Acaia decidieron hacer una colecta para ayudar a los pobres que hay en medio del pueblo santo que vive en Jerusalén. Ellas así lo decidieron, pero es que tenían una obligación» (Rm 15,26-27).
Vivir nuestra vocación de cristianos dentro de la Iglesia, a la que hemos sido incorporados por el bautismo, es corresponder con el amor que Cristo nos ha mostrado, un amor hasta el extremo de dar su vida por nosotros. La vida tiene pleno sentido viviéndola desde la fe. Si Dios nos ha creado por amor y nos ha llamado a una misión, nosotros debemos ser transmisores de ese amor y hacerlo llegar fundamentalmente a quienes más lo necesitan, a quienes no tienen lo necesario para vivir. La fe es inseparable de la caridad, y ambas no se pueden vivir sin la esperanza.
A las puertas del año Jubilar 2025 necesitamos ser mensajeros de esperanza en medio de un mundo donde el ruido ensordece y se afana porque no escuchamos la voz de Dios, que nos llama a vivir nuestra fe en hermandad y solidaridad. Escribe el papa Francisco en la bula de convocatoria: «El Año Jubilar, estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria» (Spes non confundit, 10).
Esta jornada de hoy nos invita a vivir la solidaridad entre hermanos, solidaridad con la propia Iglesia diocesana y sus necesidades, hermandad al fin entre todos los creyentes.
+ fray Octavio,
obispo de Girona