
Una de las principales finalidades del concilio ecuménico Vaticano II es la de restablecer la unidad entre todos los cristianos. Cristo inició la Iglesia una y única; y, en cambio, la historia nos ha dividido, y hoy existen muchas comunidades cristianas divididas y enfrentadas entre ellas. Esta división es claramente: 1) contraria a la voluntad del Señor, 2) es un escándalo para el mundo, y 3) dificulta enormemente la causa de la evangelización en nuestro tiempo (Vaticano II: Decreto sobre el Ecumenismo, 1). Entendemos por ECUMENISMO, aquellos esfuerzos que hoy se realizan por inspiración del Espíritu Santo, por medio de la oración, el diálogo y la acción para llegar a esa plenitud de unidad que quiere Nuestro Señor Jesucristo. Se debe partir de lo que ya nos une, y no de las polémicas que nos separan.
El ecumenismo vigila no caer en el falso irenismo ni en el proselitismo desleal. El Vaticano II exhorta a todos los fieles católicos a participar con interés en la tarea encomendada. El Movimiento ecuménico inició su andadura en el Congreso de Misiones de Edimburgo (1910) y, con el Vaticano II (1962-1965), la Iglesia Católica se ha adherido. No ha creado nuevo movimiento ecuménico para los católicos, sino que ha subido a un tren en marcha el único movimiento ecuménico. Era un deber de fidelidad a la última voluntad de Cristo, expresada en forma de oración: “Padre, que todos sean una sola cosa, para que el mundo crea que Usted me ha enviado” (Juan 17, 21). Y es un mandamiento del Señor hacer todo lo necesario para alcanzar aquella unidad “que Dios quiere, y cómo Él la quiere”. No se trata de procurar el regreso a la Iglesia católico-romana de las Iglesias o comunidades eclesiales separadas, sino de reencontrarnos todos unidos en Cristo y su evangelio, en una auténtica comunión, aunque con ritos, organización o tradiciones cristianas diversas. El punto de partida es que ya hay una unidad en lo esencial. "Es más lo que nos une que lo que nos separa". A partir del Concilio, en muchas Iglesias locales (diócesis) católicas se estableció un Secretariado o Delegación de Ecumenismo. En Girona estaba en la época del obispo Jubany, que volvía del Concilio. De hecho los inicios deben buscarse en el Grupo Ecuménico del Seminario Mayor, que se reunía periódicamente y celebraba cada año el Octavario por la unión de las Iglesias y también el Día de Oriente Cristiano. Estábamos en relación con el Centro Ecuménico de Barcelona, en el que encontrábamos ayuda y contactos. También invitábamos a pastores de otras denominaciones. Más tarde, el aire de Taizé, sopló fuerte y trajo un espíritu más joven, no sólo aspectos teológicos.
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