
Con motivo de la fiesta de Pentecostés, y con la reanudación de las misas dominicales, el obispo Francisco ha publicado la carta pastoral "Meditación desde la experiencia de la COVID-19" ( leer la carta entera ), en la que señala cinco puntos principales. En primer lugar, la experiencia del mal , a partir de la experiencia inédita del confinamiento. El obispo reconoce que surgen preguntas: "¿Por qué Dios lo permite?" O bien: «Dios, bondadoso y omnipotente, ¿no podía haber creado un mundo sin mal?». Apunta algunas respuestas: «Dios no es el origen del mal ni el autor del sufrimiento», y añade que «la definitiva respuesta al problema del mal la tenemos en la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Es Jesucristo quien asume nuestros males y dolores –incluso la muerte– precisamente por ofrecernos la Vida». Y recuerda a Paul Claudel, quien afirmaba: «Sí, el sufrimiento existe, y Dios ha sufrido». Señala también el obispo: «Nada más pagano y anticristiano que considerar la epidemia como un castigo de Dios».
El segundo punto de reflexión se centra en la experiencia de la misericordia . Lo hace refiriéndose al papa Francisco, que habla a menudo de los «santos de la casa de al lado», con especial atención a las personas que se han entregado al servicio de los enfermos: «Nada es más cristiano que poner en peligro la propia vida por la curación del otro». No se olvida de la acción de los presbíteros en los hospitales, de las celebraciones de la Eucaristía y de los demás sacramentos, y del contacto con los feligreses. Ensalza, igualmente, el trabajo de Cáritas y de los demás voluntarios: «Hemos vivido de muchas formas las obras de misericordia».
La experiencia creyente es el tercer punto de la meditación del obispo, a partir de no poder celebrar comunitariamente nuestra fe. Sin embargo, se ha conseguido la participación espiritual, y también –dice– «hemos podido descubrir la necesidad de las celebraciones en comunidad». Especialmente en cuanto a los difuntos, reconoce que «nos queda el deseo y la voluntad de darles nuestra despedida tal y como merecen y tienen derecho a ella. Cierra este punto con estos términos: «La ausencia de comunidad debe hacernos valorar y amar a la comunidad parroquial».
El obispo invita a la humanización de la vida , después de constatar «situaciones de deshumanización» durante el confinamiento. Reflexiona sobre la necesidad de convivir con las demás personas con respeto, en solidaridad; sobre apostar por la cultura de la vida "desde la concepción hasta la muerte natural"; y sobre el cambio desde el individualismo feroz a la dimensión comunitaria procurando, con el comportamiento de cada día, que la tierra sea la casa de todos.
El último punto de las reflexiones se centra en la necesidad de la caridad , dadas las graves consecuencias económicas que traerá la pandemia. Habrá que «la persona humana sea el centro de la actividad económica y laboral», y que políticos y ciudadanos estemos dispuestos «a hacer un esfuerzo por compartir nuestros bienes, dinero, tiempo y cualidades». El obispo cierra su mensaje con estas palabras: «Que resuene en cada corazón la gran pregunta de Dios, tan válida al empezar como al terminar la historia humana: «¿Qué has hecho de tu hermano?».