
Este próximo jueves, 11 de febrero, se celebrará la 29 edición de la Jornada Mundial del Enfermo. El lema de este año para toda la Iglesia es el versículo del evangelio de san Mateo 23, 8: «Maestro, sólo tiene uno, y todos vosotros sois hermanos». En esta ocasión, desde la pastoral de la salud de la Conferencia Episcopal Española han concretado el lema con la expresión «Cuidémonos mutuamente». Por lo que respecta a la diócesis de Girona, como cada año se celebrará una misa en honor a la Virgen de Lourdes, convocada por la Hospitalidad. Será a las 7 de la tarde en la iglesia del Mercadal de Girona y será presidida por el obispo Francisco.
Por otra parte, en el marco de esta jornada, el papa Francisco ha hecho público un mensaje en el que recuerda la importancia de apoyar a quienes padecen una enfermedad «con el bálsamo de la proximidad», respetando su dignidad como Hijos de Dios y evitando caer en el «dolor de la hipocresía». El pontífice también dedica un pensamiento especial «a quienes sufren en todo el mundo los efectos de la pandemia del coronavirus», y particularmente «a los más pobres y marginados». A continuación le ofrecemos el mensaje entero:
MENSAJE DEL SAN PADRE FRANCISCO PARA LA XXIX JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO
De Maestro sólo tiene uno, y todos vosotros sois hermanos (Mt 23,8). La relación de confianza, fundamento del cuidado del enfermo
Estimados hermanos y hermanas,
La celebración de la 29ª Jornada Mundial del Enfermo, que tendrá lugar el 11 de febrero de 2021, memoria de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, es un momento propicio para dedicar una atención especial a las personas enfermas ya quienes las cuidan, tanto en los lugares destinados a su asistencia como en el seno de las familias y las comunidades. Pienso, en particular, en quienes sufren en todo el mundo los efectos de la pandemia del coronavirus. A todos, especialmente a los más pobres y marginados, les expreso mi cercanía espiritual, a la vez que les aseguro la solicitud y el cariño de la Iglesia.
1.El tema de esta Jornada se inspira en el pasaje evangélico en el que Jesús critica la hipocresía de quienes dicen, pero no hacen (cf. Mt 23,1-12). Cuando la fe se limita a ejercicios verbales estériles, sin involucrarse en la historia y las necesidades del prójimo, la coherencia entre el credo profesado y la vida real se debilita. El riesgo es grave; por este motivo, Jesús utiliza expresiones fuertes, para advertirnos del peligro de caer en la idolatría de nosotros mismos, y afirma: «Maestro sólo tiene uno, y todos vosotros sois hermanos» (v. 8).
La crítica que Jesús dirige a quienes «dicen, pero no hacen» (v. 3) es beneficiosa, siempre y para todos, porque nadie es inmune al mal de la hipocresía, un mal muy grave, cuyo efecto es impedirnos florecer como hijos del único Padre, llamados a vivir una fraternidad universal.
Ante la condición de necesidad de un hermano o hermana, Jesús nos muestra un modelo de comportamiento totalmente opuesto a la hipocresía. Propone detenerse, escuchar, establecer una relación directa y personal con el otro, sentir empatía y conmoción por él o por ella, dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo por medio del servicio (cf. Lc 10,30-35).
2. La experiencia de la enfermedad hace que sintamos nuestra propia vulnerabilidad y, al mismo tiempo, la necesidad innata del otro. Nuestra condición de niños se vuelve aún más nítida y experimentamos de forma evidente nuestra dependencia de Dios. Efectivamente, cuando estamos enfermos, la incertidumbre, el miedo y en ocasiones la consternación, se apoderan de la mente y del corazón; nos encontramos en una situación de impotencia, porque nuestra salud no depende de nuestras capacidades o de nuestra inquietud (cf. Mt 6,27).
La enfermedad impone una pregunta por el sentido, que en la fe se dirige a Dios; una pregunta que busca un significado nuevo y una dirección nueva para la existencia, y que a veces puede que no encuentre una respuesta inmediata. Nuestros amigos y familiares no siempre pueden ayudarnos en esta laboriosa búsqueda.
A este respecto, la figura bíblica de Job es emblemática. Su mujer y sus amigos no son capaces de acompañarle en su desventura, es más, le acusan aumentando en él la soledad y el desconcierto. Job cae en un estado de abandono e incomprensión. Pero precisamente por medio de esta extrema fragilidad, rechazando toda hipocresía y escogiendo el camino de la sinceridad con Dios y con los demás, hace llegar su grito insistente a Dios, que al fin responde, abriéndole un nuevo horizonte. Le confirma que su sufrimiento no es una condena o un castigo, tampoco es un estado de lejanía de Dios o un signo de su indiferencia. Así, del corazón herido y curado de Job, brota esta conmovida declaración al Señor, que resuena con energía: «Yo os conocía sólo por lo que oía decir, pero ahora os he visto con mis propios ojos» (42,5).
3. La enfermedad siempre tiene un rostro, incluso más de uno: tiene el rostro de cada enfermo y enferma, también de quienes se sienten ignorados, excluidos, víctimas de injusticias sociales que niegan sus derechos fundamentales (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 22). La pandemia actual ha sacado a relucir numerosas insuficiencias de los sistemas sanitarios y carencias en la atención de las personas enfermas. Los ancianos, los más débiles y vulnerables no siempre tienen garantizado el acceso a los tratamientos, y no siempre es de forma equitativa. Esto depende de las decisiones políticas, de la forma de administrar los recursos y del compromiso de quienes ocupan cargos de responsabilidad. Invertir recursos en el cuidado y atención a las personas enfermas es una prioridad vinculada a un principio: la salud es un bien común primario. Asimismo, la pandemia ha puesto también de relieve la entrega y la generosidad de agentes sanitarios, voluntarios, trabajadores y trabajadoras, presbíteros, religiosos y religiosas que, con profesionalidad, abnegación, sentido de responsabilidad y amor al prójimo han ayudado, cuidado, consulado y servido a los enfermos y sus familiares. Una multitud silenciosa de hombres y mujeres que han decidido mirar a estos rostros, haciéndose cargo de las heridas de los pacientes, que sentían su prójimo en virtud a la común pertenencia a la familia humana.
La proximidad, de hecho, es un bálsamo muy valioso, que ofrece apoyo y consuelo a quienes sufren en la enfermedad. Como cristianos, vivimos la proximidad como expresión del amor de Jesucristo, el buen Samaritano, que con compasión se ha hecho cercano a todo ser humano, herido por el pecado. Unidos a Él por la acción del Espíritu Santo, estamos llamados a ser misericordiosos como el Padre ya amar, en particular, a los hermanos enfermos, débiles y que sufren (cf. Jn 13,34-35). Y vivimos esta proximidad, no sólo de manera personal, sino también de forma comunitaria: en efecto, el amor fraterno en Cristo genera una comunidad capaz de curar, que no abandona a nadie, que incluye y acoge sobre todo a los más frágiles.
A este respecto, deseo recordar la importancia de la solidaridad fraterna, que se expresa de manera concreta en el servicio y que puede asumir formas muy diversas, todas orientadas a sostener al prójimo. «Servir significa cuidar de los más frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo» (Homilía en La Habana, 20 de septiembre de 2015). En este compromiso cada uno es capaz de «dejar a un lado sus investigaciones, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles. […] El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su proximidad e incluso en algunos casos la “sufre” y busca la promoción del hermano. Por eso el servicio nunca es ideológico, ya que no servimos ideas, sino que servimos a personas» (ibíd.).
4. Para que exista una buena terapia, es decisivo el aspecto relacional, mediante el cual se puede adoptar un acercamiento holístico hacia la persona enferma. Dar valor a este aspecto también ayuda a los médicos, enfermeros, profesionales y voluntarios a hacerse cargo de aquellos que sufren para acompañarlos en un camino de curación, gracias a una relación interpersonal de confianza (cf. Nueva Carta de los agentes sanitarios [2016], 4). Se trata, por tanto, de establecer un pacto entre los necesitados de cuidados y quienes lo cuidan; un pacto basado en la confianza y el respeto mutuos, en la sinceridad, en la disponibilidad, para superar toda barrera defensiva, poner en el centro la dignidad del enfermo, tutelar la profesionalidad de los agentes sanitarios y mantener una buena relación con las familias de los pacientes.
Precisamente esta relación con la persona enferma encuentra una fuente inagotable de motivación y de fuerza en la caridad de Cristo, como demuestra el testimonio milenario de hombres y mujeres que se han santificado sirviendo a los enfermos. En efecto, del misterio de la muerte y resurrección de Cristo brota el amor que puede dar un sentido pleno tanto a la condición del paciente como a la de quien lo cuida. El Evangelio lo atestigua muchas veces, mostrando que las curaciones que hacía Jesús no son nunca gestos mágicos, sino que siempre son fruto de un encuentro, de una relación interpersonal, en la que al don de Dios que ofrece Jesús le corresponde la fe de quien le acoge, tal y como resume la palabra que Jesús repite a menudo: “Tu fe te ha salvado”.
5. Estimados hermanos y hermanas: El mandamiento del amor, que Jesús dejó a sus discípulos, también encuentra una realización concreta en la relación con los enfermos. Una sociedad es tanto más humana cuanto más cuida de sus miembros frágiles y sufrientes, y sabe hacerlo con eficiencia animada por el amor fraterno. Caminamos hacia esta meta, procurando que nadie se quede solo, que nadie se sienta excluido ni abandonado.
Encomiendo a María, Madre de misericordia y Salud de los enfermos, todas las personas enfermas, los agentes sanitarios y quienes se prodigan junto a quienes sufren. Que Ella, desde la Gruta de Lourdes y desde los innumerables santuarios que se le han dedicado en todo el mundo, sostenga nuestra fe y nuestra esperanza, y nos ayude a cuidar unos de otros con amor fraterno. A todos y cada uno os imparto de corazón mi bendición.
Roma, San Juan de Letrán, 20 de diciembre de 2020, cuarto domingo de Adviento.
Francisco