
La Santa Sede hizo público, el martes 21 de diciembre, el mensaje del papa Francisco para la 55 ª Jornada Mundial de la Paz, que se celebrará el próximo 1 de enero. Este año lleva por lema "Diálogo entre generaciones, educación y trabajo: instrumentos para construir una paz duradera". Os ofrecemos a continuación la traducción al catalán de este mensaje.
MENSAJE DEL SAN PADRE FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
55ª JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 DE ENERO DE 2022
Diálogo entre generaciones, educación y trabajo: instrumentos para construir una paz duradera
1. «¡Qué bonitos son por las montañas los pies del mensajero de buenas nuevas que anuncia la paz!». (Is 52,7).
Las palabras del profeta Isaías expresan el consuelo, el suspiro de alivio de un pueblo exiliado, agotado por la violencia y los abusos, expuesto a la indignidad y la muerte. El profeta Baruc se preguntaba al respecto: «¿Cómo es, Israel, que vives en un país enemigo, que te haces viejo en una tierra extranjera? ¿Por qué te tienen por impuro como si fueras un cadáver? ¿Por qué te ponen entre quienes bajan al país de los fallecidos?» (3,10-11). Por este pueblo, la llegada del mensajero de la paz significaba la esperanza de un renacimiento de los escombros de la historia, el comienzo de un futuro prometedor.
Aún hoy, el camino de la paz, que san Pablo VI llamó con el nuevo nombre de desarrollo integral,[1] permanece desafortunadamente alejado de la vida real de muchos hombres y mujeres y, por tanto, de la familia humana, que está totalmente interconectada. Pese a los numerosos esfuerzos encaminados a un diálogo constructivo entre las naciones, el ruido ensordecedor de las guerras y los conflictos se amplifica, mientras se propagan enfermedades de proporciones pandémicas, se agravan los efectos del cambio climático y de la degradación del medio ambiente, empeora la trayectoria de la hambruna y la sed, más que en el sed. Como en el tiempo de los antiguos profetas, el clamor de los pobres y de la tierra[2] sigue alzándose hoy, implorando justicia y paz.
En cada época, la paz es tanto un don que viene del cielo como el fruto de un compromiso compartido. Hay, en efecto, una “arquitectura” de la paz, en la que intervienen las diversas instituciones de la sociedad, y existe una “artesanía” de la paz que nos involucra a todos.[3] Todos pueden colaborar en la construcción de un mundo más pacífico: partiendo del propio corazón y de las relaciones en la familia, en la sociedad y con el medio ambiente, hasta las relaciones entre los pueblos y entre los Estados.
Aquí me gustaría proponer tres caminos para construir una paz duradera. En primer lugar, el diálogo entre las generaciones como base para la realización de proyectos compartidos. En segundo lugar, la educación como factor de libertad, responsabilidad y desarrollo. Y, por último, el trabajo para una plena realización de la dignidad humana. Estos tres elementos son esenciales para «la gestación de un pacto social»[4], sin el cual todo proyecto de paz es insustancial.
2. Diálogo entre generaciones para construir la paz
En un mundo todavía atenazado por las garras de la pandemia, que ha causado demasiados problemas, «algunos tratan de huir de la realidad refugiándose en mundos privados, y otros le afrontan con violencia destructiva; sin embargo, entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo entre las generaciones».[5]
Todo diálogo sincero, aunque no esté exento de una dialéctica justa y positiva, requiere siempre confianza básica entre los interlocutores. Debemos recuperar esa confianza mutua. La actual crisis sanitaria ha aumentado en todos la sensación de soledad y el repliegue sobre uno mismo. La soledad de las personas mayores va acompañada en los jóvenes de un sentimiento de impotencia y la falta de una idea común de futuro. Esta crisis es ciertamente dolorosa. Pero también puede hacer emerger lo mejor de las personas. De hecho, durante la pandemia hemos visto generosos ejemplos de compasión, colaboración y solidaridad en todo el mundo.
Dialogar significa escucharse, confrontarse, ponerse de acuerdo y andar juntos. Fomentar todo esto entre las generaciones significa labrar la dura y estéril suelo del conflicto y la exclusión para cultivar las semillas de una paz duradera y compartida.
Aunque el desarrollo tecnológico y económico haya dividido a menudo a las generaciones, las crisis contemporáneas revelan la urgencia que se alíen. Por un lado, los jóvenes necesitan la experiencia existencial, sapiencial y espiritual de las personas mayores; por otro, la gente mayor necesita el apoyo, el cariño, la creatividad y el dinamismo de los jóvenes.
Los grandes retos sociales y los procesos de construcción de la paz no pueden prescindir del diálogo entre los depositarios de la memoria ?las personas mayores? y los continuadores de la historia ?los jóvenes?; tampoco pueden prescindir de la voluntad de cada uno de nosotros de dar cabida al otro, de no pretender ocupar todo el escenario persiguiendo sus propios intereses inmediatos como si no hubiera pasado ni futuro. La crisis global que vivimos nos muestra que el encuentro y el diálogo entre generaciones es la fuerza propulsora de una política sana, que no se contenta con administrar la situación existente «con parches o soluciones rápidas»,[6] sino que se ofrece como forma eminente de amor al otro,[7] en busca de proyectos compartidos y sostenibles.
Si sabemos practicar este diálogo intergeneracional en medio de las dificultades, «podremos estar arraigados en el presente, y desde aquí frecuentar el pasado y el futuro: frecuentar el pasado, para aprender de la historia y para curar las heridas que a veces nos condicionan; frecuentar el futuro, para alimentar el entusiasmo, hacer germinar sueños, suscitar profecías, florecer esperanzas. De este modo, unidos, podremos aprender unos de otros».[8] Sin raíces, ¿cómo podrían los árboles crecer y dar fruto?
Basta con pensar en la cuestión del cuidado de nuestra casa común. De hecho, el propio medio ambiente «es un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a la siguiente generación».[9] Por eso, debemos apreciar y alentar a los numerosos jóvenes a que se esfuercen por un mundo más justo y atento a la salvaguarda de la creación, confiada a nuestro cuidado. Lo hacen con preocupación y entusiasmo y, sobre todo, con sentido de responsabilidad frente al urgente cambio de rumbo[10] que nos imponen las dificultades derivadas de la crisis ética y socio-ambiental actual.[11]
Por otra parte, la oportunidad de construir juntos caminos hacia la paz no puede prescindir de la educación y el trabajo, lugares y contextos privilegiados para el diálogo intergeneracional. Es la educación la que proporciona la gramática para el diálogo entre las generaciones, y es en la experiencia del trabajo donde hombres y mujeres de distintas generaciones se encuentran ayudándose mutuamente, intercambiando conocimientos, experiencias y habilidades para el bien común.
3. La instrucción y la educación como motores de la paz
El presupuesto para la instrucción y la educación, consideradas como un gasto más que como una inversión, ha disminuido significativamente a nivel mundial en los últimos años. Sin embargo, constituyen los principales vectores de un desarrollo humano integral: hacen a la persona más libre y responsable, y son indispensables para la defensa y la promoción de la paz. En otras palabras, la instrucción y educación son las bases de una sociedad cohesionada, civil, capaz de generar esperanza, riqueza y progreso.
Los gastos militares, en cambio, han aumentado, superando el nivel registrado al final de la “guerra fría”, y parecen destinados a crecer de forma exorbitante.[12]
Por tanto, es oportuno y urgente que todos los que tienen responsabilidades de gobierno elaboren políticas económicas que prevean un cambio en la relación entre las inversiones públicas destinadas a la educación y los fondos reservados a los armamentos. Por otra parte, la búsqueda de un proceso real de desarme internacional no puede sino causar grandes beneficios al desarrollo de pueblos y naciones, liberando recursos financieros que se utilicen de forma más apropiada para la salud, la escuela, las infraestructuras y el cuidado del territorio, entre otros.
Me gustaría que la inversión en la educación estuviera acompañada por un compromiso más consistente orientado a promover la cultura de la protección.[13] Esta cultura, frente a las fracturas de la sociedad y la inercia de las instituciones, puede convertirse en el lenguaje común que rompa las barreras y construya puentes. «Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de forma constructiva: la cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación».[14] Por tanto, es necesario forjar un nuevo paradigma cultural a través de «un pacto educativo global para y con las generaciones más jóvenes, que involucre en la formación de personas maduras a las familias, comunidades, escuelas y universidades, instituciones, religiones, gobernantes, a toda la humanidad».[15] Un pacto que promueva la educación en la ecología integral según un modelo cultural de paz, de desarrollo y de sostenibilidad, centrado en la fraternidad y en la alianza entre el ser humano y su entorno.[16]
Invertir en la instrucción y en la educación de las jóvenes generaciones es el camino principal que las conduce, por medio de una preparación específica, a ocupar de forma provechosa un lugar adecuado en el mundo del trabajo.[17]
4. Promover y asegurar el trabajo construye la paz
El trabajo es un factor indispensable para construir y mantener la paz; es expresión de uno mismo y de los propios dones, pero también es compromiso, esfuerzo, colaboración con otros, porque se trabaja siempre con o por alguien. En esta perspectiva marcadamente social, el trabajo es el lugar en el que aprendemos a ofrecer nuestra contribución por un mundo más habitable y hermoso.
La situación del mundo del trabajo, que ya estaba afrontando múltiples desafíos, se ha visto agravada por la pandemia de Covid-19. Millones de actividades económicas y productivas han quebrado; los trabajadores precarios son cada vez más vulnerables; muchos de aquellos que desarrollan servicios esenciales se mantienen aún más ocultos en la conciencia pública y política; la instrucción a distancia ha provocado en muchos casos una regresión en el aprendizaje y en los programas educativos. Asimismo, los jóvenes que se incorporan al mercado profesional y los adultos que han caído en el desempleo afrontan actualmente perspectivas dramáticas.
El impacto de la crisis sobre la economía informal, que a menudo afecta a los trabajadores migrantes, ha sido particularmente devastador. A muchos de ellos las leyes nacionales no les reconocen, es como si no existieran. Tanto ellos como sus familias viven en condiciones muy precarias, expuestos a diversas formas de esclavitud y privados de un sistema de asistencia social que les proteja. A esto se agrega que actualmente sólo un tercio de la población mundial en edad laboral disfruta de un sistema de seguridad social, o puede beneficiarse sólo de forma restringida. La violencia y la criminalidad organizada aumentan en muchos países, sofocando la libertad y la dignidad de las personas, envenenando la economía e impidiendo que se fomente el bien común. La respuesta a esta situación sólo puede venir a través de una mayor oferta de las oportunidades de trabajo digno.
El trabajo, en efecto, es la base sobre la que se construyen en toda comunidad la justicia y la solidaridad. Por eso, «no debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo que la humanidad se haría daño a sí misma. Lo trabajara una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal».[18] Debemos unir las ideas y esfuerzos para crear las condiciones e inventar soluciones, para que todo ser humano en edad de trabajar tenga la oportunidad de contribuir con su propio trabajo a la vida de la familia y de la sociedad.
Es más urgente que nunca que se promuevan en todo el mundo condiciones laborales decentes y dignas, orientadas al bien común y al cuidado de la creación. Es necesario asegurar y sostener la libertad de las iniciativas empresariales y, al mismo tiempo, impulsar una responsabilidad social renovada, a fin de que el beneficio no sea el único principio rector.
En esta perspectiva es necesario estimular, acoger y sostener las iniciativas que insten a las empresas al respeto de los derechos humanos fundamentales de las trabajadoras y trabajadores, sensibilizando en este sentido no sólo a las instituciones, sino también a los consumidores, a la sociedad civil ya las realidades empresariales. Estas últimas, cuanto más conscientes son de su función social, más se convierten en lugares en los que se ejercita la dignidad humana, participando así en la construcción de la paz. En este aspecto la política está llamada a desempeñar un rol activo, promoviendo un justo equilibrio entre la libertad económica y la justicia social. Y todos aquellos que actúan en este campo, empezando por los trabajadores y empresarios católicos, pueden encontrar orientaciones seguras en la doctrina social de la Iglesia.
Estimados hermanos y hermanas: mientras intentamos unir los esfuerzos para salir de la pandemia, quisiera renovar mi agradecimiento a todos los que se han comprometido y siguen dedicándose con generosidad y responsabilidad a garantizar la instrucción, la seguridad y la tutela de los derechos, para ofrecer la atención médica, para facilitar el encuentro entre familiares t el trabajo. Aseguro mi recuerdo en la oración por todas las víctimas y sus familias.
Hago un llamamiento a los gobernantes ya todos los que tienen responsabilidades políticas y sociales, a los pastores ya los animadores de las comunidades eclesiales, así como a todos los hombres y mujeres de buena voluntad para que sigamos avanzando juntos con valentía y creatividad por estos tres caminos: el diálogo entre las generaciones, la educación y el trabajo. Que sean cada vez más numerosos quienes, sin hacer ruido, con humildad y perseverancia, se conviertan cada día en artesanos de paz. Y que siempre les preceda y acompañe la bendición del Dios de la paz.
Vaticano, 8 de diciembre de 2021
FRANCESC
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[1]Cf. Carta enc.Populorum progressio (26 de marzo de 1967), 76ss.
[2]Cf. Carta enc.Laudato si'(24 de mayo de 2015), 49.
[3]Cf. Carta enc.Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), 231.
[4]Ibíd., 218.
[5]Ibíd., 199.
[6]Ibíd., 179.
[7]Cf.ibíd., 180.
[8]Exhorto. ap. posten. Christus vivido (25 de marzo de 2019), 199.
[9]Carta enc. Laudato si' (24 de mayo de 2015), 159.
[10]Cf.ibíd., 163; 202.
[11]Cf.ibíd., 139.
[12]Cf.Mensaje a los participantes en el 4º Foro de París sobre la paz, 11-13 de noviembre de 2021.
[13]Cf. Carta enc. Laudato si'(24 de mayo de 2015), 231;Mensaje para la LIV Jornada Mundial de la Paz. La cultura del cuidado como camino de paz (8 de diciembre de 2020).
[14]Carta enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), 199.
[15]Videomensaje con motivo del Encuentro "Global Compact on Education. Together to Look Beyond"(15 de octubre de 2020).
[16]Cf.Videomisaje con motivo de la Cumbre virtual de alto nivel sobre retos climáticos(12 de diciembre de 2020).
[17]Cf.S. Juan Pablo II, Carta enc. Laboramos ejercicios (14 de septiembre de 1981), 18.
[18] Carta enc.Laudato si' (24 de mayo de 2015), 128.