
«Haga todo lo que él le diga.» (Jn 2,5)
El consejo de María a quienes servían el vino en la boda de Caná es una de esas pocas frases de la Virgen que recogen los evangelios. María, la mujer que se reconoce a la sierva del Señor, la que magnifica a Dios su salvador o la que recibe al discípulo amado a los pies de la cruz, nos es mostrada este domingo como la primera discípula, la más fiel, la más entregada a la causa de la fe, la más confiada en que hay que hacer lo que Cristo nos dice.
Cada año por los alrededores de la fiesta de la conversión de san Pablo, esto es el 25 de enero, la Iglesia convoca una semana de oración por la unidad de los cristianos, nos convoca a orar por la unidad de todos los que compartimos la fe en Jesucristo. Es ésta la misma fe que María nos invita a compartir con ella, y que se ha visto a menudo sacudida por acontecimientos históricos y debates teológicos que le han llevado a ser vivida desde la diversidad de confesiones. Dios no quiere la división, Dios no quiere que vivamos la fe desde posiciones enfrentadas. Dios ama la unidad de su rebaño y quiere que trabajemos por ella.
Al ser recurrente, esta convocatoria a orar por la unidad nos puede parecer rutinaria, algo que hay que hacer pero que hacemos sin demasiada convicción, sin ser conscientes de que éste es un objetivo que Cristo nos invita a vivir ya trabajar para conseguir. El Concilio Vaticano II nos dice que: «Todos los hombres están llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, que simboliza y promueve la paz universal, ya ella pertenecen o se ordenan de varios modos, sea los fieles católicos, sea los demás creyentes en Cristo, sea también todos los hombres en general, por la gracia de Dios llamados a la salvación». ( Lumen gentium , 13).
Vivir la fe desde la unidad es tarea de todos, todos estamos llamados a trabajar por la unidad. Como nos dice el Concilio Vaticano II: «Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los principales fines que se ha propuesto el Sacrosanto Concilio Vaticano II, ya que única es la Iglesia fundada por Cristo Señor, aunque son muchas las comuniones cristianas que se presentan a los hombres como herencia de Jesucristo; todos se confiesan discípulos del Señor, pero siguen caminos distintos, como si Cristo mismo estuviera dividido. División que abiertamente es contraria a la voluntad de Cristo y es piedra de escándalo para el mundo y obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio en todas partes.» ( Unitatis Redintegratio ,1).
Tengamos presente esta semana en nuestra oración la unidad de los cristianos, porque lo que Cristo nos pide es que seamos plenamente uno, porque sólo así el mundo reconocerá que nos ha enviado y que nos ama. (Cf. Jn 17,23). Hagamos lo que Él nos dice.
+ fray Octavio,
obispo de Girona