
«Maestro, ¡qué bien estamos aquí!» (Lc 9,33)
La Iglesia celebra en torno a la solemnidad de san José el día del seminario. Una jornada dedicada especialmente a orar por las vocaciones en el ministerio sacerdotal. Cada cristiano está llamado a una vocación concreta y todos compartimos una única vocación, la de cristianos, la de seguidores de Cristo. La vocación es una llamada que recibe cada uno a vivir un determinado ministerio o carisma dentro de su vocación de cristiano. Para escuchar la llamada es necesario tener la oreja atenta y el corazón abierto, para saber reconocer la voz del Señor y responder con generosidad.
Todos conocemos la falta de vocaciones en la vida sacerdotal y consagrada. Los factores que nos han llevado a esta situación son muchos y varios. Dios sigue gritando, y eso es cierto, pero nosotros no estamos tan predispuestos a escucharle. Una respuesta positiva a la llamada del Señor a seguirle y servirle a través del ministerio sacerdotal implica un compromiso fuerte y una tarea no siempre fácil.
Debemos orar para que el Señor llame al ministerio sacerdotal y para que aquellos a quienes llame abran sus corazones a la voz de Cristo para comprometerse a servirle en su Iglesia y sus hermanos. «Nunca la Iglesia puede dejar de orar al dueño de los sembrados que envíe segadores a sus sembrados (cf. Mt 9, 38) ni de dirigir a las nuevas generaciones una nítida y valiente propuesta vocacional, ayudándoles a discernir la verdad de la llamada de Dios para que respondan a ella con generosidad; ni puede dejar de dedicar especial cuidado a la formación de los candidatos al presbiterado», nos decía san Juan Pablo II ( Pastore Dabo Vobis , 2).
Oración, ayuda al discernimiento y respuesta generosa a la llamada son tres elementos fundamentales e inseparables. Nuestros jóvenes buscan a Dios, se preguntan de manera intensa y apasionada por la humanidad y por la trascendencia, hay que ayudarles a descubrir y reconocer la voz del Señor, a distinguirla de otras voces que muchas veces ensordecen y ahogan la voz de Dios. El ruido de nuestra sociedad ahoga aquella voz que nos ama y quiere lo mejor para nosotros.
Orando para que el Señor nos haga el don de nuevas vocaciones, oremos también por nuestros presbíteros, por su tarea que a menudo no es fácil pero que siempre es abnegada y generosa. Pidámosle al Señor, en palabras del papa Francisco: «Padre de misericordia, que has entregado a tu Hijo por nuestra salvación y nos sostiene continuamente con los dones de tu Espíritu, concédenos comunidades cristianas vivas, fervorosas y alegres, que sean fuentes de vida fraterna y que despierten entre los jóvenes el deseo.
+ fray Octavio,
obispo de Girona