
«Estás preocupada y nerviosa por muchas cosas, cuando sólo hay una necesaria.» (Lc 10,41-42)
Cuántas inquietudes nos lleva la vida, cuántas inquietudes para saber lo que debemos hacer, lo que debemos decir, lo que hemos incluso de pensar en cada momento. Nuestra sociedad, nuestro mundo nos empuja a vivir inquietos y esta inquietud nos descentra, nos aparta de la centralidad que debería tener nuestra vida. Ciertamente nos hace falta alcanzar determinadas cosas, que no podemos dejarlo todo al azar, pero muchas veces el deseo de controlar nuestra vida de manera milimétrica, mirando que nada salga de lo previsto, nos acaba por ahogar. Con esta actitud a menudo no dejamos espacio a Dios en nuestra vida, le cerramos el paso y dejamos de hacerlo presente en medio de nosotros, de nuestra familia, de nuestro núcleo de amigos, y por extensión, de nuestra sociedad.
La desazón, la excesiva desazón, se convierte a veces en un obstáculo insalvable para hacer presente a Dios en nuestra vida. Pero a lo largo del año hay algunos momentos en los que podemos tener algo más de paz, momentos en los que nuestro ritmo habitual se detiene un poco e incluso el silencio entra en nuestro día a día. ¿No podemos ofrecerle al Señor un espacio en este silencio? Si somos dueños de nuestros silencios, quizás conseguiremos encontrar paz si dedicamos unos momentos a escuchar su Palabra, de forma reposada, sin prisas, con una oreja atenta y bien dispuesta.
El período veraniego nos ofrece determinadas oportunidades, cierto que no a todos porque existen, especialmente en nuestras tierras, muchos que con su trabajo precisamente ofrecen a otros la posibilidad de un tiempo de reposo. Una oportunidad es vivir nuestra fe con otros creyentes venidos de otras tierras, es una oportunidad para que a pesar de las diferencias culturales y lingüísticas sentimos con fuerza el vínculo de la comunión. La diversidad siempre enriquece, nunca empobrece y si esta diversidad tiene un punto en común como la fe, se convierte en expresión de la universalidad, de la catolicidad, de nuestra fe y de la Iglesia.
Os propongo que en estos días que apenas empezamos, en los que el trabajo y la cotidianidad no nos ocupa de forma central, tratamos de encontrar un tiempo para acercarnos a Dios, a su Palabra, de la forma que nos sea más conveniente. Nunca será un tiempo perdido, y siempre será un tiempo ganado para nosotros.
Nos preocupamos como Marta por muchas cosas, pero quizás como le llamaba Cristo a ella, olvidemos a veces la más importante.
+ fray Octavio,
obispo de Girona