
Este domingo de Pascua es conocido como el domingo del Buen Pastor, porque Jesús mismo, en el Evangelio, se presenta como Buen Pastor.
Jesús, entre muchas «tarjetas de visita» para presentarse, se sirvió de un título muy entrañable para su pueblo y que sólo se refería a Dios: Bon Pastor. Todos hemos oído y rogado con el bonito salmo del pueblo de Israel «El Señor es mi Pastor, no me falta nada...».
Había la bonita tradición –se ha ido perdiendo– que este domingo se dedicara un reconocimiento a los párrocos de las parroquias por su misión, a semejanza de Jesús, de convertirse también en «pastores».
Por eso me atrevo a comentar algunos hechos en relación con los curas que hoy actualizan la misión del Bon Pastor en sus comunidades parroquiales.
Un párroco de pueblo, que vive solo en la rectoría, queda contagiado del Covid y confinado hasta que los análisis den negativo. La gente del pueblo, los fieles de la parroquia, pero también otros muchos vecinos, se organizaron para que no le faltara nada: le llevaban comida, le iban a comprar, se preocupaban de conseguir lo que necesitaba. Él me decía con emoción que estaba tan agradecido y que se sentía muy querido y valorado como párroco.
En mi primera parroquia como párroco –tenía 34 años–, un domingo por la tarde fui con la peña azulgrana, en un autocar, en el Camp Nou para ver el partido de fútbol. Hacía pocas semanas que había llegado al pueblo.
Una vez que arrancó el autocar, el presidente de la peña cogió el micro y me agradeció que fuera el párroco.
En el entierro de un cura, al terminar, varios parroquianos me manifiestan su reconocimiento al cura por todo lo que había hecho, por su trato, por su preocupación por todos. No hacía mucho tiempo que el mismo cura me decía que él apenas hacía nada, que procuraba servir a la gente, pero que no sabía ofrecerles demasiadas actividades. El agradecimiento se manifestaba en el momento de la muerte. Yo hubiera deseado que lo hubiera experimentado en vida.
Cuando era monaguillo, este cuarto domingo de Pascua escuchaba cómo la gente se acercaba al señor párroco, le saludaban y le daban gracias. Yo no entendía el porqué hasta que él mismo nos lo contó.
Y transcribo un fragmento de la homilía que pronuncié el martes santo, en la Misa Crismal del año pasado, en pleno confinamiento, sin presbíteros y fieles, pero pensando en todos: el día de nuestra ordenación, a la llamada de la Iglesia, respondimos: «Estoy aquí». Hoy, al renovar nuestros compromisos, también es bueno que repitamos sinceramente: «Estoy aquí».
Estamos aquí para vivir y ayudar a vivir el amor que Dios nos ha manifestado de tantas formas en nuestra vida.
Estamos aquí porque queremos unirnos y conformarnos mejor al Señor Jesús.
Estamos aquí porque el amor de Cristo nos urge, nos espolea a vivir ya anunciar cada día el Evangelio de la gracia y de la salvación.
Estamos aquí porque queremos seguir celebrando la Eucaristía y los demás sacramentos, ofreciendo así los dones salvadores al pueblo fiel.
Estamos aquí porque deseamos continuar la misión de Cristo, el Buen Pastor, para amar, servir, ayudar y guiar a los hermanos que nos han sido confiados.
Estamos aquí porque queremos continuar consolando a nuestro pueblo, curando sus heridas, y al mismo tiempo también compartir sus alegrías.
¡Ayúdanos para que sea así!
Francesc Pardo Artigas,
obispo de Girona