
El pasado martes 11 de mayo se dio a conocer la Carta apostólica en forma de "Motu proprio" Antiquum ministerium a través de la cual el papa Francisco instituye el ministerio de catequista. Adjuntamos la traducción al catalán de esta carta apostólica.
CARTA APOSTÓLICA EN FORMA DE «MOTU PROPRIO»
ANTIQUUM MINISTERIUM DEL SUMO PONTÍFEX FRANCESC
CON LA QUE SE INSTITUYE EL MINISTERIO DE CATEQUISTA
El ministerio de Catequista en la Iglesia es muy antiguo. Es una opinión común entre los teólogos que los primeros ejemplos están ya en los escritos del Nuevo Testamento. El servicio de la enseñanza encuentra su primera forma germinal en los «maestros», a los que el Apóstol hace referencia al escribir en la comunidad de Corinto: «En la Iglesia, Dios ha puesto, en primer lugar, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros; después, quienes tienen poder de obrar milagros; después, quienes tienen la gracia de dar la salud a los enfermos, de ayudar a los demás, de guiarles, de hablar lenguajes misteriosos. No todo el mundo debe ser apóstol o profeta o maestro. No todo el mundo debe obrar milagros, debe tener la gracia de dar la salud a los enfermos, debe ser capaz de hablar lenguajes misteriosos o debe ser capaz de interpretarlos. Interese más por los mejores dones. Pero ahora os indicaré un camino incomparablemente mayor» (1 Co 12, 28-31).
El mismo Lucas al principio de su Evangelio afirma: «Puedo informarme minuciosamente de todo desde los orígenes, yo también, ilustre Teófilo, he decidido escribirlo en una narración seguida, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido» (Lc 1,3-4). El evangelista parece ser muy consciente de que con sus escritos está proporcionando una forma específica de enseñanza que permite dar solidez y fuerza a quienes ya han recibido el Bautismo. El apóstol Pablo vuelve a tratar el tema cuando recomienda a los Gálatas: «El que es instruido en la palabra de Dios debe compartir lo que tiene con quien le instruye» (Ga 6,6). El texto, como se constata, añade una peculiaridad fundamental: la comunión de vida como característica de la fecundidad de la verdadera catequesis recibida.
Desde sus orígenes, la comunidad cristiana ha experimentado una amplia forma de ministerialidad que se ha concretado en el servicio de hombres y mujeres que, obedientes a la acción del Espíritu Santo, han dedicado su vida a la edificación de la Iglesia. Los carismas, que el Espíritu nunca ha dejado de infundir sobre los bautizados, encontraron en algunos momentos una forma visible y tangible de servicio directo a la comunidad cristiana en múltiples expresiones, hasta el punto de ser reconocidos como una diaconía indispensable para la comunidad. El apóstol Pablo se hace intérprete autorizado de ello cuando atestigua: «Los dones que recibimos son varios, pero el Espíritu que los distribuye es uno solo. Son varios los servicios, pero es uno solo el Señor al que servimos. Son varios los milagros, pero todos son obra de un solo Dios. Las manifestaciones del Espíritu distribuidas a cada uno están en la mayoría de todos. Uno, gracias al Espíritu, recibe el don de una palabra profunda; otro, por obra del mismo Espíritu, recibe el don de desglosar las verdades; otro, en virtud del mismo Espíritu, recibe el don de la fe; otro, el don de dar la salud a los enfermos, en virtud del único Espíritu; otro, el don de hacer milagros; otro, el don de profecía; otro, el de distinguir si un espíritu es falso o auténtico; otro, el don de hablar lenguajes misteriosos; otro, el don de interpretarlos. Todos estos dones son obra del único Espíritu, que los distribuye en particular a cada uno como le parece bien» (1 Co 12, 4-11).
Por tanto, dentro de la gran tradición carismática del Nuevo Testamento, es posible reconocer la presencia activa de bautizados que ejercieron el ministerio de transmitir de forma más orgánica, permanente y vinculada a las diversas circunstancias de la vida, la enseñanza de los apóstoles y de los evangelistas (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Cost. dogm. Degm. La Iglesia ha querido reconocer este servicio como expresión concreta del carisma personal que ha favorecido en gran medida el ejercicio de su misión evangelizadora. Una mirada a la vida de las primeras comunidades cristianas que se comprometieron en la difusión y desarrollo del Evangelio, insta también hoy a la Iglesia a comprender cuáles pueden ser las nuevas expresiones con las que siga siendo fiel a la Palabra del Señor para hacer llegar su Evangelio a toda criatura.
Toda la historia de la evangelización de estos dos milenios muestra con gran evidencia lo eficaz que ha sido la misión de los catequistas. Obispos, presbíteros y diáconos, junto con tantos consagrados, hombres y mujeres, dedicaron su vida a la enseñanza catequética para que la fe fuera un apoyo válido para la existencia personal de todo ser humano. Algunos, además, reunieron a su alrededor a otros hermanos y hermanas que, compartiendo el mismo carisma, constituyeron Ordenes religiosas dedicadas completamente al servicio de la catequesis.
No se puede olvidar a los innumerables laicos y laicas que han participado directamente en la difusión del Evangelio a través de la enseñanza catequística. Hombres y mujeres animados por una gran fe y auténticos testigos de santidad que, en algunos casos, fueron también fundadores de Iglesias y llegaron incluso a dar su vida. También en nuestros días, muchos catequistas capaces y constantes están al frente de la comunidad en diversas regiones y ejercen una misión insustituible en la transmisión y profundización de la fe. La larga lista de beatos, santos y mártires catequistas ha marcado la misión de la Iglesia, que merece ser conocida porque constituye una fuente fecunda no sólo para la catequesis, sino para toda la historia de la espiritualidad cristiana.
A partir del Concilio Ecuménico Vaticano II, la Iglesia ha percibido con renovada conciencia la importancia del compromiso del laicado en la obra de la evangelización. Los Padres conciliares subrayaron repetidamente lo necesaria que es para la implicación directa de los fieles laicos, según las diversas formas en las que puede expresarse su carisma, para la “plantatio Ecclesiae” y el desarrollo de la comunidad cristiana. «También es digno de elogio aquel estol, tan merísimo en la obra de misiones entre los gentiles, compuesto de hombres y mujeres catequistas, que animados de espíritu apostólico, con gran esfuerzo dan una ayuda singular y absolutamente necesaria para la expansión de la fe y de la Iglesia. En nuestro tiempo, ante el número insuficiente de clérigos para evangelizar tantas multitudes y cumplir el ministerio pastoral, la labor de los catequistas tiene la máxima importancia» (Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes,17).
Junto con la rica enseñanza conciliar, es necesario referirse al interés constante de los Sumos Pontífices, del Sínodo de los Obispos, de las Conferencias Episcopales y de los diversos Pastores que en el transcurso de estas décadas han impulsado una notable renovación de la catequesis. El Catecismo de la Iglesia Católica, la Exhortación apostólica Catechesi tradendae, el Directorio Catequístico General, el Directorio General para la Catequesis, el reciente Directorio para la catequesis, así como tantos Catecismos nacionales, regionales y diocesanos, son una expresión del valor central de la obra catequía.
Sin ningún detrimento de la misión propia del obispo, que es la de ser el primer catequista en su diócesis junto con el presbiterio, con el que comparte la misma atención pastoral, ya la responsabilidad particular de los padres respecto a la formación cristiana de sus hijos (cf. CIC can. 774 §2; ismo, se sienten llamados a colaborar en el servicio de la catequesis (cf. CIC, can. 225; CCEO can. 401 y 406). En nuestros días, esta presencia es aún más urgente debido a la renovada conciencia de la evangelización en el mundo contemporáneo (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 163-168), ya la importancia de una cultura globalizada (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 100.138) ologías e instrumentos creativos que hagan coherente el anuncio del Evangelio con la transformación misionera que la Iglesia ha emprendido. Fidelidad al pasado y responsabilidad por el presente son las condiciones indispensables para que la Iglesia pueda llevar a cabo su misión en el mundo.
Despertar el entusiasmo personal de cada bautizado y reavivar la conciencia de estar llamado a realizar la propia misión en la comunidad, requiere escuchar la voz del Espíritu, que nunca deja de estar presente de forma fecunda (cf. CIC can. 774 §1; CCEO can. 617). El Espíritu llama también hoy a hombres y mujeres para que salgan al encuentro de todos los que esperan conocer la belleza, bondad y verdad de la fe cristiana. Es tarea de los Pastores apoyar este itinerario y enriquecer la vida de la comunidad cristiana con el reconocimiento de ministerios laicales capaces de contribuir a la transformación de la sociedad mediante “la penetración de los valores cristianos en el mundo social, político y económico” (Evangelii gaudium, 102).
El apostolado laical tiene un valor secular indiscutible, que pide «buscar el Reino de Dios tratando las cosas temporales y ordenándolas hacia Déi» (Conc. Ecum. Vat. II, Cost. dogm. Lumen Gentium, 31). Su vida cotidiana está entrelazada con vínculos y relaciones familiares y sociales que permiten verificar hasta qué punto «son llamados de manera especial a hacer presente y activa a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias donde ella no puede convertirse en la sal de la tierra si no es a través de ellos» (Lumen gentium,33). Sin embargo, es bueno recordar que además de este apostolado «los laicos también pueden ser llamados de distintas formas a una colaboración más directa con el apostolado de la jerarquía, por el estilo de aquellos hombres y mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en el Evangelio, trabajando mucho en el Señor» (Lumen gentium, 3).
La función particular ejercida por el Catequista, en cualquier caso, se especifica dentro de otros servicios presentes en la comunidad cristiana. El Catequista, en efecto, está llamado en primer lugar a manifestar su competencia en el servicio pastoral de la transmisión de la fe, que se desarrolla en sus diversas etapas: desde el primer anuncio que introduce en el kerygma, pasando por la enseñanza que hace tomar conciencia de la vida nueva en Cristo y prepara en particular a los sacramentos de cada iniciación. y razón de la esperanza que tiene» (1 Pe 3,15). El Catequista es al mismo tiempo testigo de la fe, maestro y mistagogo, acompañante y pedagogo que enseña en nombre de la Iglesia. Una identidad que sólo puede desarrollarse con coherencia y responsabilidad mediante la oración, el estudio y la participación directa en la vida de la comunidad (cf. Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, Directorio para la catequesis,113).
Con clarividencia, san Pablo VI promulgó la Carta apostólica Ministeria quaedam con la intención no sólo de adaptar los ministerios de Lector y de Acólito al nuevo momento histórico (cf. Carta ap. Spiritus Dominio), sino también para instar a las Conferencias Episcopales a ser más promotoras de otros ministerios, impide que las Conferencias Episcopales pidan a la Sede Apostólica la institución de otros ministerios que por motivos particulares crean necesarios o muy útiles en la propia región. Entre ellos se encuentra, por ejemplo, el oficio de Ostiari, de Exorcista y de Catequista». La misma invitación urgente reapareció en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi cuando, pidiendo saber leer las exigencias actuales de la comunidad cristiana en fiel continuidad con los orígenes, exhortaba a encontrar nuevas formas ministeriales para una pastoral renovada: «Estos ministerios, nuevos en apariencia pero muy vinculados a la experiencia […]–, son preciosos para la implantación, la vida y el crecimiento de la Iglesia y para su capacidad de irradiarse alrededor de sí misma y hacia quienes están lejos» (San Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 73).
No puede negarse, por tanto, que «ha crecido la conciencia de la identidad y la misión del laico en la Iglesia. Se cuenta con un numeroso laicado, aunque no suficiente, con arraigado sentido de comunidad y una gran fidelidad en el compromiso de la caridad, la catequesis, la celebración de la fe» (Evangelii gaudium, 102). De esto se deduce que recibir un ministerio laical como el de Catequista da un mayor énfasis al compromiso misionero propio de cada bautizado, que en todo caso debe llevarse a cabo de forma plenamente secular sin caer en ninguna expresión de clericalización.
Este ministerio tiene un fuerte valor vocacional que requiere el debido discernimiento por parte del Obispo y que se evidencia con el Rito de Institución. En efecto, éste es un servicio estable que se presta a la Iglesia local según las necesidades pastorales identificadas por el Ordinario del sitio, pero realizado de manera laical como lo exige la naturaleza misma del Es conveniente que en el ministerio instituido de Catequista sean llamados hombres y mujeres de profunda fe y madurez humana, que participen activamente en la vida de la comunidad cristiana, que puedan ser acogedoras, que puedan ser acogedoras, teológica, pastoral y pedagógica para ser comunicadores atentos de la verdad de la fe, y que hayan adquirido ya una experiencia previa de catequesis (cf. Ecum. Vat. II, Decr. Christus Dominus,14; CIC can. 231 §1; CCEO can. 409 §1). Se requiere que sean fieles colaboradores de los presbíteros y diáconos, dispuestos a ejercer el ministerio donde sea necesario, y animados por un verdadero entusiasmo apostólico.
En consecuencia, después de haber ponderado cada aspecto, en virtud de la autoridad apostólica
instituyo
el ministerio laical de Catequista
La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos se encargará en breve de publicar el Rito de Institución del ministerio laical de Catequista.
Invito, pues, a las Conferencias Episcopales a hacer efectivo el ministerio de Catequista, estableciendo el itinerario de formación necesario y los criterios normativos para acceder, encontrando las formas más coherentes para el servicio que ellos estarán llamados a realizar de acuerdo con todo lo expresado en esta carta apostólica.
Los Sínodos de las Iglesias Orientales o las Asambleas de los Jerarcas podrán acoger lo aquí establecido para las respectivas Iglesias sui iuris, basándose en el propio derecho particular.
Que los Pastores no dejen de hacer propia la exhortación de los Padres conciliares cuando recordaban: «Saben que no han sido instituidos por Cristo para que asuman ellos solos toda la misión salvífica de la Iglesia hacia el mundo, sino que su elevada función es de apacentar de tal manera a los fieles y a reconocerlos como los yum, 30). Que el discernimiento de los dones que el Espíritu Santo nunca deja de conceder a su Iglesia sea para ellos el apoyo necesario para hacer efectivo el ministerio de Catequista para el crecimiento de la propia comunidad.
Lo que he resuelto con esta Carta Apostólica en forma de Motu Proprio, ordeno que tenga vigencia firme y estable, sin que nada obste en contra oa pesar de cualquier disposición contraria, aunque sea digna de particular mención, y que se promulgue mediante su publicación en L'Osservatore Romano, entrando en vigor el mismo día, y luego se publique en el comentario.
Dado en Roma, en San Juan de Letrán, el día 10 de mayo del año 2021, Memoria litúrgica de san Juan de Ávila, presbítero y doctor de la Iglesia, noveno de mi pontificado.