
Estimados diocesanos,
Estamos terminando el verano y, preparando un nuevo curso, nos movemos en la incertidumbre de si pronto tendremos obispo o debemos esperar un poco más. Ojalá en breve la buena noticia se haga realidad. Todos hemos hecho oración y hemos dado los pasos necesarios para que así sea.
De momento, sin embargo, y sin perder el humor, caminamos sinodalmente ahuyentando todo desánimo o pesimismo, teniendo presentes los trabajos realizados hasta ahora en este caminar juntos, en comunión con la Iglesia universal. Y lo hacemos huérfanos de obispo pero no del Espíritu que nos vivifica, ni de la Palabra que nos da sentido a lo que hacemos, ni de la Eucaristía que nos alimenta y nos reúne, ni de la comunidad de hermanos y hermanas con las que hacemos camino.
Que cuando el obispo llegue nos encuentre velando, trabajando, orando y con los ánimos muy altos para iniciar una nueva etapa sabiendo que de entrada ni podrá cambiar la sequía del terreno ni nuestras pequeñeces e indecisiones, pero que nos ayudará a caminar según el Espíritu (Ga 5,16).
En el aspecto organizativo es necesario que planifiquemos el nuevo curso en las parroquias, en las delegaciones y servicios diocesanos con el coraje que nos pide el momento que vivimos. Hay mucho trabajo por hacer y no nos detenemos. Mediante la Hoja parroquial os iremos presentando los programas de las diferentes actividades de formación, catequéticas y de cariz espiritual.
Estamos en un momento crucial en nuestra realidad diocesana. Preparamos el espíritu y el corazón para acoger al nuevo obispo. Como dice un aforismo, «cuando alguien te enseña las estrellas, no te quedes mirándole el dedo». No pensamos tanto si será alto o bajo, risueño o de ademán serio, de muchas palabras o de pocas. Quedémonos con lo que será: nuestro obispo, el que nos aglutina como Iglesia local en comunión con Roma, y trabajando conjuntamente con las demás iglesias diocesanas que hacemos camino a Cataluña. Es el que anda con nosotros haciéndonos descubrir y ejerciendo para nosotros el ministerio episcopal de enseñar, santificar y regir, anunciando el evangelio, promoviendo la apertura a Dios, actuando como el primero de los servidores.
Mientras tanto, no desfallezcamos en nuestro día a día preparando el nuevo curso, sintiéndonos responsables de los servicios encomendados, participando de la vida de nuestras parroquias y grupos eclesiales, celebrando nuestra fe. Ciertamente somos conscientes de que nuestra Iglesia diocesana tiene muchas limitaciones y carencias, pero también fortalezas: es nuestra Iglesia y debemos amarla y trabajar sinodalmente, haciendo camino juntos.
Cordialmente,
Mn. Lluís Suñer y Roca
Administrador diocesano de Girona
NOTA: Esta carta aparece publicada en el número 5.000 de la Hoja Parroquial