
A vosotros os he dicho amigos (Jn 15,15)
Ser amigos de Jesús, ser amigos del Hijo de Dios. ¿Qué joya puede haber mayor? Nuestro prosista más preclaro, Josep Pla, clasificaba a la gente con la que coincidimos a lo largo de nuestra vida en tres categorías: amigos, conocidos y saludados. Muchos pueden ser los conocidos, unos menos los saludados, y los amigos verdaderamente amigos ciertamente no son tantos. Por eso, que Jesús nos incluya en esta categoría es ciertamente un don, una gracia. Hechos amigos de Jesús por el bautismo, ser amigos de Jesús en la fe. No somos nosotros quienes hemos escogido ser amigos de Jesús sino que más bien Él nos ha escogido a nosotros como amigos suyos, y esto es un regalo. La amistad verdadera y sincera es siempre un regalo que hay que corresponder debidamente, con una amistad leal y sincera.
La amistad, la verdadera amistad, no siempre es cómoda. Muy a menudo es exigente. A veces pide acción, paciencia, compromiso, escuchar... Muchas veces nos exige simplemente escuchar al otro, al amigo, para que se sienta amado. Jesús nos escucha siempre a nosotros. Lo hace cuando oramos, y eso que Él sabe muy bien de qué tenemos necesidad antes de que se lo pidamos (Cf. Mt 6,8). Nosotros, por nuestra parte, debemos saber escucharle. Necesitamos encontrar momentos para escucharle, momentos de cierta intimidad con este nuestro amigo tan y tan especial, y siempre tan cercano.
Lo escuchamos cuando estamos en contacto con su Palabra, aquellas palabras que siempre son Espíritu y son Vida (Cf. Jn 6,63). Establecemos entonces un diálogo con el amigo. Él nos habla a través de la Escritura y nos dice algo siempre nuevo, y nosotros, haciendo silencio interior, le escuchamos y le hablamos. Un momento privilegiado de contacto con el amigo Jesús es evidentemente la Eucaristía. Y también dialogamos con él cuando lo reconocemos en el hermano, sobre todo en el hermano que tiene necesidad de ser escuchado y amado, en aquel que sufre de soledad, aunque a menudo viva rodeado de una multitud que al fin y al cabo le ignora.
¿Cuál es nuestro grado de relación con Jesús? ¿Lo conocemos solo, y cuando pasa por nuestro lado le decimos un simple «adiós»? ¿Nos detenemos a saludarle y se convierte así en un saludado de corta y superficial conversación? ¿Es realmente nuestro amigo? ¿Tenemos la confianza que se debe a un amigo?
La amistad con el Señor, como cualquier amistad auténtica, requiere dedicación y tiempo. Nunca es un tiempo perdido. Por el contrario, es siempre un tiempo ganado.
+ fray Octavio