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Oficina de Comunicación del Obispado de Girona

Viernes 14 de Febrero de 2025

Unas letras del obispo (16 de febrero): Su recompensa es grande en el cielo

«Vuestra recompensa es grande en el cielo» (Lc 6,23)

Jesús le da la vuelta a las cosas. Para él, los felices son los pobres: quienes pasan hambre, quienes lloran, quienes por su causa son odiados y marginados. Para nosotros, la pobreza, el hambre o la tristeza no son nada ventajosas, no son situaciones que definiríamos en el ámbito de la felicidad. En torno a la festividad de la Virgen de Lourdes, la Iglesia celebra la jornada del enfermo. Lo hacemos esta vez en un año especial, el Año Jubilar de la esperanza, una esperanza que el papa Francisco nos recuerda, en la Bula de convocatoria del jubileo, debe ofrecer «signos de esperanza a los enfermos que están en su casa o en el hospital. Que sus sufrimientos puedan ser aliviados con la proximidad de las personas que los visitan y con el cariño que reciben. Las obras de misericordia son igualmente obras de esperanza, que desvelan en los corazones sentimientos de gratitud. Que esta gratitud llegue también a todos los agentes sanitarios que, en condiciones no rara vez difíciles, ejercitan su misión con cuidado solícito hacia las personas enfermas y más frágiles.» (Spes non confundido, 11).

La enfermedad es algo que, un momento u otro de nuestra vida, nos afecta de manera personal o afecta a las personas queridas, los familiares, los compañeros de trabajo o los amigos. Debemos tener presente que la enfermedad, y más si es una enfermedad grave en la que nuestra vida o su calidad corren un alto riesgo, es un momento duro de soportar y al mismo tiempo es un momento en el que nos planteamos todos, creyentes y no creyentes, el sentido de la vida, del sufrimiento, de la existencia del concepto de enfermedad.

Es en un momento como éste, clave en la vida de las personas, en el que nuestra fe puede echar un testimonio, una mano; puede aportar consuelo y un gesto de proximidad que seguramente no aliviará la enfermedad, pero dará paz al espíritu. Es decir, paz en el alma, aquella que por nuestra fe sabemos y estamos ciertos que va más allá de lo que aquí vemos, más allá del cuerpo y de sus limitaciones, y que está siempre en manos de Dios.

No hace falta quizás expresarlo muchas veces con grandes discursos y muchas palabras. A veces, en estas situaciones, una mano que aprieta, una mirada que se intercambia, un gesto que se comparte, son mucho más eficaces, porque muestran la proximidad del amor de Dios hacia aquellos a quienes más necesitan sentirlo cerca de ellos. El enfermo hoy es aquél u otro, pero mañana seguramente seremos nosotros, y si hoy necesitamos dar amor, mañana necesitaremos a nosotros recibirlo.

Cuando hacemos la experiencia de la peregrinación a Lourdes, especialmente si lo hacemos con enfermos, es uno de esos momentos fuertes en nuestra experiencia de fe como cristianos. Nuestra cercanía al enfermo no es ni debe ser una excepción ocasional. Nos lo dice Jesús: «estaba enfermo, y me visitóis» (Mt 25,36) y añade « En verdad se lo digo: todo lo que hacían a uno de esos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hacías.» (Mt 25,40). Como nos dice el papa Francisco «que no falte una atención inclusiva hacia todos los que, encontrándose en condiciones de vida particularmente difíciles, experimentan la propia debilidad» (Spes non confundit, 11). Detrás de cada enfermo, está la imagen de Cristo; hay Cristo mismo.

+ fray Octavio,
obispo de Girona

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