
«¡Su amor es inmenso!» (Salmo 102)
La Iglesia celebra el 25 de marzo la encarnación del Señor, celebramos aquel momento en que el ángel anunció a María que concebiría un hijo por obra del Espíritu Santo, y María, a pesar de no saber cómo iría todo, a pesar de expresar no su duda, pero sí su incomprensión, aceptó hacer la voluntad del Señor, se confió de hacer la voluntad del Señor, se confió de hacer la voluntad del Señor. La suya no era, al fin y al cabo, una maternidad buscada, sino que le venía directamente por la acción de Dios sobre ella, como un verdadero regalo de Dios.
Dios entraba así en la historia de la humanidad de forma directa y plena. Con esta acción divinizaba aún con mayor consistencia la vida humana, la llenaba de sentido. La vida es lo mejor que tenemos, el mejor regalo que Dios nos ha podido hacer. Pero desgraciadamente, la vida tiene muchos obstáculos, e incluso enemigos. Si nosotros por la fe creemos firmemente que toda vida viene de Dios, debemos defenderla con todas nuestras fuerzas desde el momento de la concepción hasta el último aliento, y para defenderla no es suficiente con hacer una declaración formal, hay que ayudar a vivirla a todos aquellos que se ven en dificultades para afrontarla, para sacarla adelante.
Desde el mismo momento de la concepción hay quien vive este evento como un problema, como algo que le altera y complica su vida. La vida de un nuevo ser humano nunca debería ser entendida como un problema, como una complicación, sino como algo maravilloso. Por eso necesitamos estar atentos para ayudar en la medida de nuestras posibilidades a mostrar nuestra visión positiva y esperanzadora de que vivir debe ser siempre visto como un regalo de Dios. No, no somos unos ilusos, somos y debemos ser siempre unos enamorados de la vida que viene de Dios.
María no esperaba en ese momento concreto de su vida tener un hijo en sus entrañas, y menos en esas circunstancias. De su seno, de su aceptación, dependieron muchas cosas. En palabras del papa Francisco, necesitamos: «un compromiso firme para promover el respeto de la dignidad de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, para que toda persona pueda amar la propia vida y mirar al futuro con esperanza, deseando el desarrollo y la felicidad para sí misma y para sus propios hijos. Sin esperanza en la vida, en efecto, es difícil que surja en el corazón de los más jóvenes el deseo de generar otras vidas.» (1 de enero de 2025.)
Si la vida es esperanza, es necesario dar esperanza a la vida.
+ fray Octavio,
obispo de Girona