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Oficina de Comunicación del Obispado de Girona

Viernes 25 de Abril de 2025

Unas letras del obispo (27 de abril): Dichosos quienes creerán sin haber visto

«Dichosos quienes creerán sin haber visto» (Jn 20,29)

Con este domingo II de Pascua o de la Divina Misericordia concluimos la solemnidad de la Pascua y iniciamos el tiempo pascual. Coincide este año con el 27 de abril, día en el que celebramos tradicionalmente a Nuestra Señora de Montserrat, nuestra patrona. Aunque litúrgicamente esta fiesta la celebramos el lunes, porque la Pascua del Señor es la mayor de las solemnidades y este año María cede el protagonismo a su Hijo, no podemos olvidar que celebramos este año el milenario del monasterio de Montserrat, verdadero corazón espiritual de nuestras tierras.

María es la primera de las discípulas, aquella que de más cerca escuchó la palabra de Jesús y la que primero le siguió. Ella es la discípula y la madre, aquella que le lleva a sus entrañas, lo cría, le educa y al fin le acoge muerto en sus brazos. Por eso María es venerada bajo tantas advocaciones a lo largo de nuestro territorio y en todo el mundo. La virgen morena es de antiguo venerada en el macizo de Montserrat, y en su abrigo una comunidad monástica reza a lo largo del día pidiéndole que interceda ante su Hijo y nos bendiga.

María y los monjes, María y la vida monástica, son dos realidades de nuestra Iglesia, de siempre cercanas. La devoción a María ha sido desde sus inicios un rasgo característico de la vida monástica y esta relación adquiere en Montserrat un papel fundamental. ¿Quién no ha levantado alguna vez su súplica o su mirada a la virgen morena? ¿Quién no se ha sentido como en casa al subir a Montserrat para visitar a nuestra Madre y patrona?

Esta cercanía de María, bajo la advocación de Montserrat, forma parte del arraigo de la fe cristiana en nuestras tierras. Ella es la embajadora de Cristo entre nosotros y por ella y con ella sentimos a Cristo más cercano. La fe de María nos sirve de ejemplo y modelo. María acoge en su interior la Palabra, convirtiéndose así en portadora del Evangelio, de aquel que es la Palabra.

María es feliz por haber creído y por haber visto. Habiendo visto ella a Cristo, es para nosotros una intercesora atenta y solícita, un cobijo para nuestra fe, una fe que no nos viene a nosotros de haber visto, sino que nos viene de haber escuchado y seguido la tradición, la fe de aquellos que nos han precedido. Montserrat es un hogar para nuestra fe, nuestro Sinaí, allí donde tradición y presente se hermanan.

Que la Virgen de Montserrat nos ilumine en nuestro peregrinar hacia Cristo, su Hijo y Señor nuestro.

+ fray Octavio,
obispo de Girona

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